Opinión: ¿Importa la Historia?

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Dr. David Díaz Arias

¿Importa la Historia?

La Historia importa, finalmente, porque su criticidad y perspectiva analítica-contextual nos hace más libres frente a los autoritarismos, los falsos profetas y los pensamientos únicos.

06 junio 2023

Es posible que exista un consenso social de que la Historia importa porque es una parte significativa de la cultura humana, porque a partir de ella se entiende el pasado, porque es una disciplina que nos provee de enseñanzas sobre la tradición, porque otorga identidad, porque, supuestamente, a partir de ella se aprende para no repetir errores y porque nos concede vías para imaginar el futuro. Pero hay datos procedentes de algunas universidades occidentales que han puesto en entredicho esa importancia de la Historia en la formación de estudiantes en Ciencias Sociales, en Ingenierías y en Ciencias Básicas.

Desde 2007, varias universidades estadounidenses comenzaron a experimentar una caída en el número de estudiantes que se inclinaban por la Historia como profesión, pero también en aquellos que matriculaban cursos de Historia como parte de su currículo profesional. En agosto de 2020, la American Historical Association se quejó de que varias instituciones de educación superior en Estados Unidos ya habían cerrado sus departamentos de historia y que otras habían reducido su planilla de historiadores. En mayo de 2021, la Royal Historical Society del Reino Unido se mostró preocupada de que cuatro universidades británicas estaban pensando en dejar de ofrecer cursos de Historia. Es decir, las crisis económicas vividas a inicios de este siglo, y la producida por la pandemia a partir de 2020, ocasionaron que muchas instituciones comenzaran a dejar de lado las materias que no veían como imprescindibles para la formación de sus profesionales.

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Las consecuencias de esos actos se pueden observar en un deterioro de la capacidad de análisis de muchas disciplinas que renunciaron a utilizar la Historia para autointerrogarse, poner a prueba sus marcos teóricos o buscar respuestas de las crisis del presente. De hecho, lo irónico de esos cierres es que las universidades más prestigiosas de Occidente nunca cuestionaron el papel que tenían los cursos de Historia dentro de sus campus, pues sus autoridades académicas tenían claro ese aporte significativo de la Historia como disciplina.

La formación en Historia, en todo caso, fue también reorientada en algunas universidades. En 2017, Niall Ferguson puso el dedo en la llaga al respecto, al advertir que otras disciplinas y ciencias precisaban de la Historia para comprender procesos, pero que se perdía el camino si los cursos de Historia ofrecidos a esas otras disciplinas se convertían en conocimiento fragmentado expuesto en cursos hiperespecializados con temáticas en principio atractivas, pero no necesariamente formadoras y no necesariamente interesantes para la formación de profesionales como ingenieros, economistas, biólogos, médicos o abogados. Se debían retomar “los grandes” procesos históricos como ejes orientadores en los cursos de servicio.

"La Historia importa porque su saber tiene relevancia para las decisiones políticas, económicas, sociales, culturales y ambientales."

De las discusiones que se han generado al respecto dentro del gremio de historiadores occidentales, ha quedado claro el valor de lo que aporta la Historia a esas otras disciplinas científicas, y, probablemente, lo más importante sea sus competencias de investigación: la Historia enseña a investigar, a desarrollar preguntas críticas que se aplican al pasado, pero también al presente, a escoger evidencias que implican un esfuerzo en su interpretación, a aplicar metodologías y a adaptarlas y a producir informes de investigación. En ese sentido, la historia también provee fascinación por el descubrimiento y, particularmente (como lo señaló Eric Alterman en 2019), la Historia brinda la posibilidad de pensar históricamente, una competencia fundamental para cualquier saber científico.

La Historia importa porque su saber tiene relevancia para las decisiones políticas, económicas, sociales, culturales y ambientales. La Historia importa, también, porque es una herramienta que nos devuelve la certeza de ser una sola humanidad. Importa, porque, en su ausencia, la sociedad deviene en un presentismo absoluto que arrebata la posibilidad de imaginar el futuro o de soñar a partir de ciertos pasados que dejan claro que el mundo no siempre ha sido injusto o que las cosas y las gentes no se mantienen estáticas. La Historia importa, finalmente, porque su criticidad y perspectiva analítica-contextual nos hace más libres frente a los autoritarismos, los falsos profetas y los pensamientos únicos.

David Díaz Arias
Docente de la Escuela de Historia
Director del Centro de Investigaciones Históricas de América Central
david.diaz@ucr.ac.cr

Voz experta: La UCR de la Guerra Fría

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M.Sc. Randall Chaves Zamora

Voz experta: La UCR de la Guerra Fría

La división ideológica del mundo durante la Guerra Fría tuvo un impacto relevante para el campo intelectual de la UCR, del que todavía sabemos muy poco.

08 mayo 2023

Mientras escribía una investigación sobre el movimiento estudiantil a inicios de la década de 1970, un conocido profesor de Ciencia Políticas decidió entrevistar a algunas personas jóvenes, que militaban en esa agrupación de la Universidad de Costa Rica (UCR). Según relató él mismo, en su proceso investigación no se topó con mayores dificultades, salvo por una estudiante, que se negó a conversar con él, pues según ella, “la información recogida sería de utilidad para la C.I.A.”.

Sospecha

Las personas vinculadas a la UCR durante la segunda mitad del siglo XX recordarán que, suposiciones como estas, fueron enunciadas con mayor frecuencia de lo imaginado. Al negarse a participar en la entrevista, aquella joven hacía eco del vocabulario de la Guerra Fría, con el que, quienes militaban en distintas agrupaciones, identificaban a sus antagonistas políticos, ya fuera como “agentes rusos”, o como “agentes de la CIA”.

Esta pequeña sospecha tiene un marco histórico que no es menor. Con ella, puede explicarse un elemento crucial del inicio de la Guerra Fría en Costa Rica, que hace referencia a la transformación del campo intelectual del país, por entonces, circunscrito a su única universidad pública. Es así como la historia intelectual costarricense, la historia de la educación superior y la historia trasnacional de la Guerra Fría se estrechan para iluminar y complejizar el pasado de la UCR durante la segunda mitad del siglo XX.

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Guerra Fría cultural

Desde hace dos décadas, muchas investigaciones analizan las dinámicas intelectuales que implicaron la división ideológica del mundo entre 1945 y 1991, en una rama de trabajos conocidos como “la Guerra Fría cultural”. Estos estudios históricos profundizan la adscripción ideológica del campo intelectual y sus condicionantes materiales, tales como el financiamiento para a la cultura y las ideas, que la Unión Soviética y los Estados Unidos utilizaban en su batalla por ganar mentes y corazones.

Esos estudios insisten en que, durante la Guerra Fría, los dos imperios en disputa dieron tanta importancia a la carrera por el armamento nuclear, como aquel que buscó la hegemonía ideológica e intelectual. Al puntualizar en estas dinámicas, las investigaciones afirman que algunas instituciones de enseñanza funcionaron como verdaderas universidades de la Guerra Fría, pues no estuvieron al margen de las dinámicas ideológicas que implicó ese contexto.

Fundación Ford

Debido a que, para 1950 era reconocida como una de las más jóvenes y destacadas de Centroamérica, entre esas universidades estaba, naturalmente, la UCR. Por eso, la sospecha de la joven que le negó información a su profesor era tan frecuente en Costa Rica como en otras universidades latinoamericanas y en efecto, tenía un conocido sustento.

Desde finales de la década de 1960, renombradas investigaciones periodísticas informaron que, entre otras instituciones, la Fundación Ford recibía dinero del gobierno de los Estados Unidos y la CIA para el financiamiento de una agenda intelectual en todo el mundo, destinado a universidades, nuevas agendas de investigación e instituciones globales como el Congreso por la Libertad de la Cultura, que bajo las banderas de la democracia y la libertad cultural, capitalizaban estos conceptos como valores únicos de la política estadounidense.

La UCR de la Guerra Fría

En Costa Rica, este tipo financiamiento llegó primordialmente hasta la UCR. En 1954, un nutrido grupo de influyentes intelectuales de la UCR conformó el Comité Nacional del Congreso por la Libertad de la Cultura, que además de ser la institución intelectual de anticomunistas más destacada de la Guerra Fría a nivel mundial, propició la circulación de publicaciones de orientación antisoviética, como su propia revista, que podía ser leída en pocos lugares de Centroamérica entre los que figuraba la conocida Librería Universitaria en San José, Costa Rica, por entonces ubicada frente a la Embajada de los Estados Unidos.

En la misma década, con la intención de presentar las raíces de un preciado ejemplo democrático para los Estados Unidos, la Fundación Ford becó a un grupo de historiadores costarricenses para escribir una historia de Costa Rica desde su independencia, y otras becas permitieron el fortalecimiento de áreas como los Estudios Generales y el intercambio de estudiantes que aprendieron sobre el idioma y la cultura estadounidense. Programas de intercambio cultural similares trataron de conquistar a decenas de jóvenes de la UCR, que estudiaron carreras universitarias completas en la Unión Soviética como parte de esa propaganda cultural, aunque lo cierto es que esta no tuvo la misma relevancia, ni libertad de operación dentro del campus, debido al anticomunismo imperante en occidente.

"La sospecha de la joven que le negó información a su profesor era tan frecuente en Costa Rica como en otras universidades latinoamericanas y en efecto, tenía un conocido sustento."

Las Ciencias Sociales

Una de las áreas privilegiadas por la filantropía estadounidense fueron las Ciencias Sociales. Intentos más conocidos que otros como el Proyecto Camelot de 1963 o el Proyecto Marginalidad de 1967, en Chile, no fueron excepcionales. Desde 1968, la UCR recibió donaciones de la Fundación Ford para la creación de programas de investigación que impactaron en el desarrollo y la modernización de las disciplinas sociales.

Decenas de publicaciones mapearon regiones y estratos empobrecidos del país. Otras se dedicaron al estudio y divulgación de métodos de planificación familiar y esterilización femenina y muchas más estudiaron la sexualidad, la fecundidad y la migración interna. Estos grupos de investigación, compuestos por profesionales en psicología, sociología y demografía de Costa Rica y los Estados Unidos, contribuyeron a una agenda de trabajo de alto interés para la seguridad nacional estadounidense durante la Guerra Fría, que, a través del conocimiento de la sociedad, permitiría detener procesos de radicalización política.

Izquierda y derecha

Para 1970, el profesor al que aquella estudiante identificaba como un “agente de la CIA” era Óscar Arias Sánchez, que más tarde se convertiría en una de las figuras más relevantes y controvertidas de la política costarricense. Así, aunque no existe evidencia para afirmar que él pusiera su información a disposición de la CIA, sus conclusiones posiblemente no resultaron incómodas para quienes estaban identificados con la política estadounidense durante ese momento de la Guerra Fría y su estudio se ubica al lado de muchos, influenciados por el imperialismo cultural dominante en esa época, al que otros resistían.

Así, en su intento por definir a este sector universitario que empezaba a protagonizar focos de agitación dentro y fuera del campus, el mismo profesor, que por entonces tenía treinta años, identificó solamente a dos sectores del movimiento estudiantil: un grupo “predominantemente de centro y derecha” y otro “activista y minoritario”, que, de manera opuesta, era de “izquierda y de extrema izquierda”.

Asedio

Aunque son representativas de cómo se vivió la Guerra Fría en la UCR, valoraciones bipolares como las del profesor y su estudiante no se apegaban a ese complejo contexto, pues el escenario político tenía más aristas. Profundizar en estas valoraciones, sin embargo, sí permite mirar la dimensión geopolítica que el mundo universitario y sus intelectuales durante la segunda mitad del siglo XX, pues estos se convirtieron en actores de primer orden en una lucha ideológica que colocó a la UCR entre dos imperios.

A partir de 1970, la radicalización estudiantil en la UCR propició el cuestionamiento sistemático a la filantropía estadounidense, aunque para entonces, a esta le quedaba tanta vida como a la Guerra Fría. Fue así como, la intelectualidad experimentó un doble asedio dentro del campus: el de sus opositores más jóvenes y el de quienes buscaban su adscripción y fidelidad ideológica.

*Este texto sintetiza ideas planteadas en: Randall Chaves Zamora, Intelectuales bajo asedio: la Guerra Fría cultural y la Fundación Ford en la Universidad de Costa Rica (1954-1975)”. En Imperios, agentes y revoluciones: la larga Guerra Fría en Costa Rica, ed. por David Díaz Arias, 189-219. San José: Centro de Investigaciones Históricas de América Central, 2022.

Randall Chaves Zamora
Docente de la Escuela de Historia
Investigador del Centro de Investigaciones Históricas de América Central randall.chaveszamora@ucr.ac.cr